Por Gladys E. Guevara

Tal
fue el caso de la experiencia del Programa Nacional de Formación de Educadores
de la Misión Sucre, diseñado por el sociólogo Luis Eduardo Leal, el cual
hubiese cumplido el pasado 27 de junio de este año, trece años, a no ser por la
acción arteramente sistemática de distorsión y desmoronamiento que cumplieron
los asesores cubanos en el país, conjuntamente con el burocratismo ministerial
con Samuel Moncada a la cabeza, y a su diestra el tristemente recordado,
viceministro de políticas académicas Andrés Eloy Ruiz.
La
llamada «transformación universitaria» no era más que un recurso retórico
para incorporar un significativo número de personas a la educación
universitaria, bajo un mecanismo de estudio que declarativamente se anunciaba
como innovador, pero que en la práctica no sólo repetía las mismas disfunciones
aberrantes de las universidades tradicionales, sino que descuidaba incluso el
conocimiento académico celosamente resguardado por estas casas de estudios, y
que en el mejor de los casos, confería cierto grado de competencias operativas
a los profesionales de la docencia.
A ciento
cuarenta y siete años del decreto de instrucción pública y gratuita promulgado
por Guzmán Blanco, y a trece años de la fallida experiencia de activación de un
programa de formación auténticamente innovador, vuelvo a encontrarme
azarosamente frente a la misma realidad: la lucha extenuante por impulsar
procesos autogestionarios en materia del desarrollo científico, tecnológico e
innovaciones.
Ahora
el llamado “proceso político bolivariano” decreta la formación de universidades
politécnicas territoriales y adscribe a ellas el aprendizaje por proyectos
académicos y de vinculación social. Y la dinámica perversa de la cultura del
manual de metodología, vuelve a convertir la experiencia en una rutinaria
actividad escolar que lejos de satisfacer los procesos de vinculación social,
se convierte en amargas y aburridas tareas de enseñanza-aprendizaje, cuyo
colofón siempre es la entrega del cartón que te certifica para engrosar la mano
de obra barata que alimenta al sistema y perpetúa el dominio de una clase por
otra; y en consecuencia, la esclavitud humana.
Pero
esa realidad no alcanza el entendimiento del burocratismo que ha crecido a la
sombra de la educación universitaria de las UPT, y nuestro papel hoy es
arrebatarle a esa casta, el control que actualmente tiene sobre este ámbito de
desarrollo de nuestras sociedades. Enfrentamos hoy el compromiso de crear un
centro de investigación científica, tecnológica y de innovación en la Universidad
Politécnica Territorial de Los Altos Mirandinos “Cecilio Acosta”.
Para
ello, partimos de ser conscientes de que toda unidad de investigación y
postgrado adscrita a un centro educativo universitario se encuentra vinculada a
una estructura organizacional que obstaculiza el desarrollo de acciones efectivas.
De allí que pensar en su autonomía en el marco de sociedades tercermundistas,
resulta ser una tarea infructuosa.
Las
llamadas UPT nacen con un mal congénito: una estructura organizacional
jerárquica constituida por individuos que no poseen las competencias necesarias
para desempeñar las funciones que tienen asignadas: decisiones de carácter
político-partidista envían al cesto de la basura la llamada gestión del talento
en las organizaciones, y enquistan en cargos burocráticos a una pléyade
academicista, quienes desprovistos de una formación con estricto apego a lo
académico, sólo se esfuerzan en aparentar sapiencia y complacer a una audiencia
que garantiza su permanencia en algún cargo público universitario.
La
historia se repite en cada casa de estudios, aunque varíen los operadores y el
anecdotario con el cual se interrelaciona la comunidad universitaria: grupos de
estudiantes se arrostran la “representatividad” o “vocería” estudiantil,
términos equivalentes en la práctica, aunque discursivamente se planteen como
distintos. Los mal llamados “líderes estudiantiles” negocian con las
autoridades algunas conquistas que benefician a un pequeño número de
estudiantes, mientras ellos conservan y consolidan «el poder» para alcanzar beneficios personales
y favorecer a una élite de zánganos que perpetúan su presencia durante luengos
años en los centros universitarios.
Igual
«suerte» corren los gremios obreros,
administrativos y docentes, cooptados para “forcejear” o fingir el forcejeo con
el patrón y arrebatarle uno que otro mendrugo para el personal; mientras ellos
pueden seguir usufructuando de prebendas y venalidades.
Lo
que se discute en las “nuevas” universidades politécnicas territoriales, son
cuotas de poder. El problema es social. La humanidad avanza en conquistas
políticas, pero no avanza en la conquista honesta de lo social.
Y
mientras, para distraer y complacer a la audiencia, seguirán los operadores de
la investigación universitaria, auspiciando la «neolengua» anunciada en la ficción orwelliana. Hablarán de gestión del
talento, gestión por proyectos de investigación, gestión del conocimiento, diseños organizacionales horizontales, “nuevos horizontes
epistemológicos”… mientras el aparato productivo del país se paraliza y la
población entera atraviesa un proceso de pauperización acelerado.
El
burocratismo universitario se cobija en la opacidad del lenguaje. Evita la
claridad y la precisión. Rehúye la transparencia, alejándose con ello de la
posibilidad de ser productores de conocimientos científicos, tecnológicos o
innovadores. Es estéril, aunque paradójicamente sus operadores aprueben grados
académicos y exhiban títulos postdoctorales. Se declaran «humanistas» desde lo sensiblero y sentimental,
mientras desconocen e impiden el desarrollo de ideas, creencias y valores
distintos a los del grupo de poder que consagra su permanencia en los cargos.
Los
burócratas universitarios jamás entenderán que “inteligencia” no es “astucia”,
que la inteligencia se vincula con una lógica de razonamiento, con creatividad,
con sentido crítico, con inconformidad y rebeldía. Y para hacer de la
inteligencia un proceso “perfectible”, nuestras sociedades colonizadas
necesitan la explicación clara de su devenir histórico–social. Tal como muy
bien lo señaló en su momento Eduardo Galeano: llegamos tarde en la repartición
del mundo. Formamos parte del botín. Por ello, la activación de la producción y
el crecimiento económico del país sólo es posible a la par del desarrollo pleno
de la complejidad humana en su dimensión artística y cultural.
Ninguna
autoridad universitaria de las llamadas universidades politécnicas
territoriales comprende que jamás podremos lograr un desarrollo “soberano”, “endógeno”,
“territorializado”, “sustentable”, “científico”, “técnico”, “innovador”… si no
apostamos a lo mejor del ser humano: su inteligencia, la cual, según Bruner, se
cimenta en gran medida en la internalización de tecnologías producidas por la
cultura en la cual nos formamos. Y es necesario agregar que este proceso de
interiorización de instrumentos de desarrollo de la cognición humana, debe
ocurrir desde la producción de conocimientos propios, sin calco ni copia de los
países industrializados, ni bajo la imposición de diseños curriculares ajenos a
procesos de investigación sobre la naturaleza y potencialidades de nuestros
entornos sociales. No hay recetas. Hay que confiar en nosotros mismos, y en
nuestras habilidades para ir desarrollando las fases del proceso de producción
del conocimiento científico.
¿Habremos
de intentarlo? ¿O seguiremos atados al recetario importado?